La armada de Dios by Julio Alejandre

La armada de Dios by Julio Alejandre

autor:Julio Alejandre [Alejandre, Julio]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2024-05-13T00:00:00+00:00


XIV

1

SAINT JAMES

Drake arribó a Plymouth con el resto de su armada. Llevaba consigo la gran nao portuguesa capturada en las Azores y otras presas menores. Permaneció una semana en aquel puerto antes de seguir hacia Londres. Quería hacer aguada, permitir que las tripulaciones se rehicieran de la larga travesía y desembarcar una buena parte del botín para escamotearlo a los funcionarios de la reina.

En la capital, los ánimos no le eran propicios a causa de las acusaciones que William Borough y otros capitanes y armadores habían lanzado contra él. El corsario había desobedecido las órdenes del almirantazgo, había provocado desacuerdos entre sus oficiales, había permitido que la flota se disgregara y había arrumbado por su cuenta a las Azores en busca de buenas presas. Eran acusaciones graves, pero la riqueza que trajo consigo fue un excelente argumento para calmar voluntades y perdonar desafueros.

John Trenton obtuvo permiso del almirante para conducir a la Speedwell a Portsmouth, en cuyos astilleros se le haría el repaso que necesitaba tras la dura campaña. Volvía con los bolsillos llenos por las casi mil libras que le habían correspondido en el reparto del botín. Seguir la estrella de Drake le estaba resultando, de momento, lucrativo. Sus enseñanzas, sin embargo, dejaban bastante que desear. El almirante sabía, por un recado que había recibido en Sagres, de la existencia de aquella nao y de su probable fecha de arribo a Azores, pero mantuvo la información en secreto hasta el final, cuando la escuadra estaba muy menguada. Sus cálculos habían sido muy simples: cuantos menos fueran, a más tocarían. Y la clave de sus éxitos, también: mirar por él y solamente por él.

La llegada a Saint James fue una sorpresa. Su familia festejó su retorno como el del hijo pródigo y lo colmó de atenciones, y su esposa lo recibió con los brazos abiertos y la noticia de su evidente embarazo. Al día siguiente, Michael se presentó en la casa para darle la bienvenida.

—En Inglaterra no se habla de otra cosa que de la victoriosa campaña de sir Francis —lo felicitó mientras lo abrazaba.

—Y de su extraña manera de llevar a cabo las órdenes de la reina —añadió sir Humpfrey, más crítico con la empresa. Había participado junto con otros caballeros locales en el apresto de dos de los navíos particulares de la flota.

—Tiempo habrá para hablar de todo ello —dijo Trenton.

Acostumbrado a los modales desapegados de su hermano, le llamó la atención su calurosa bienvenida. Lo apartó de sí y lo miró a los ojos. Ambos los tenían claros, pero los de su hermano eran más grandes y saltones. Michael le sostuvo la mirada unos instantes y luego le dio una palmada en la espalda.

—Bien que habéis asustado al rey Católico —dijo Michael con voz alegre. Tenía los mofletes más redondos y había ganado algunas libras. Nunca se habían parecido en el carácter, y cada vez se parecían menos en el físico.

El regocijo del reencuentro le duró poco a Trenton, pues Isabel era una sombra de lo que había sido.



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